Carolina relata la vida de Ángel, un joven de 14 años envuelto en la violencia.

Santo Domingo, República Dominicana. A las 4:30 de la madrugada, Carolina escuchó un golpe en la ventana de su habitación. Era Ángel, su hijo de 14 años, conocido como “Chuquito”, un nombre que comenzaba a resonar en los barrios por motivos que ella nunca imaginó.

Ese mismo día, pocas horas después, le llegó la imagen que marcaría su vida: su hijo sin vida sobre una camilla, con un solo impacto en el pecho. “Él tenía todo: comida, casa, escuela, deporte… pero eso no lo llenaba. A él lo llenaba la adrenalina de la calle”, expresó con voz entrecortada la madre, al recordar cómo Ángel dejó atrás el baloncesto, donde incluso fue parte de la preselección nacional, para adentrarse en un mundo peligroso.


Desde los 12 años, Chuquito comenzó a salir del barrio, a asistir a peleas de gallos y a frecuentar sectores considerados de alto riesgo. La calle le ofrecía una sensación de poder, pertenencia y validación que no encontraba en casa. Carolina intentó salvarlo. Lo entregó a las autoridades tres veces, con la esperanza de que pudiera cambiar de rumbo. “Yo lo engañaba para que se acostara, llamaba a la policía y se lo llevaban dormido. Lo hacía porque prefería verlo preso que enterrado”, relató.

Cada vez que era llevado al sistema de justicia juvenil, regresaba distinto. Se volvía más fuerte, más desconfiado. Aunque en casa mantenía el respeto, en la calle era una figura temida: “Un hombre chiquito, sin miedo a nada”. Su imagen se viralizó. Frases como “Dios con nosotros” y “gente mala muy mala” comenzaron a circular en redes sociales, junto con videos de acciones ilegales. Su historia se hizo pública cuando un influencer compartió su contenido, cuatro meses antes de su muerte.


“Ya no confiaba en mí, me decía ‘mami, lo hiciste otra vez’. Él sabía que lo entregaba, pero yo solo quería conservarle la vida”, expresó Carolina, quien ahora vive medicada y bajo tratamiento psiquiátrico. Afirma que revive a su hijo cada día a través de publicaciones, memes e historias que distorsionan su realidad.


El último audio que recibió de Ángel fue a las 9 de la mañana, poco antes de su fallecimiento. “Dios con nosotros, mami. Estate tranquila. Yo estoy bien”, le dijo. Pero ya era demasiado tarde. A esa hora, la historia del joven que admiraba a Stephen Curry y jugaba con adultos en las canchas de San Lázaro, había terminado.

Carolina ahora pide respeto por su memoria. Denuncia que aún circulan contenidos que afectan su duelo y su salud mental. “Era mi hijo, no un personaje. No conocen su historia ni su sufrimiento”, expresó.


Actualmente, intenta reconstruir su vida desde su hogar, trabajando en un pequeño negocio de comida, mientras lucha por silenciar una fama que llegó con dolor, sin consuelo y sin justicia.

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